Parece increíble pero así es. Llegan
las fechas navideñas y todo cambia. Son cambios de ida y vuelta, que
no cunda el pánico.
Nos volvemos más solidarios,
participamos en maratones, eventos deportivos, mediáticos... para
recaudar fondos en favor de los más necesitados. Personas como tú y
como yo que en los últimos años han visto como el desempleo, la
crisis, los recortes... les arrinconaron hasta el punto de no tener
para comer. El resto del año su situación no cambia, pero nuestra
grado de solidaridad quizá sí lo haga.
Nos hacemos más devotos, ¡celebramos
el nacimiento del hijo de Dios!, en un Estado aconfesional en el que,
el resto del año, no queremos que se imparta religión en los
colegios, ni la Iglesia tenga trato de favor en su relación con el
Estado. Reclamamos que nuestras administraciones locales adornen las
calles con luces y villancicos, grandes cabalgatas... porque es
Navidad y hay que celebrarlo.
Claro que, por mucho que queramos
resistirnos a la corriente navideña, es complicado: vacaciones
escolares (en algún caso se les llama de invierno, no vaya a ser que
parezcamos beatos), parón en el Congreso y el Senado (cuarenta días
de nada, debe ser un ensayo de cuaresma o algo), rebajas, ofertas,
turrones por todos lados.
Pero la Navidad ser termina, se nos
pasa el subidón y volvemos a comportarnos igual de cabrones que
antes. Vuelve el mal humor, apagamos las luces de colores y empezamos
a ver en blanco y negro.
El tiempo pasa y casi todo cambia,
hasta la Navidad, pero en enero la famosa cuesta nos vuelve como
realmente somos.
Hace unos años cuando llegaban estas
fechas íbamos corriendo a comprar tarjetas de felicitación de UNICEF, nos pasábamos días enteros pensando y escribiendo esos
mensajes “personalizados” que tanto trabajo nos costaba redactar.
Ahora nos dejamos llevar por la moda de reenviar cadenas por correo
electrónico, por WhatsApp, Facebook, Twitter, Tuenti... Mensajes más
impersonales que aquel famoso “Hola, soy Edu, feliz Navidad” que
tanto éxito tuvo el siglo pasado.
En cualquier caso, sea por devoción,
por imitación o por cualquier combinación de ambas razones,
aprovechemos nuestro “yo” más conciliador y solidario y
disfrutemos de la Navidad.