El reciente alboroto generado por un tuit de Alberto Garzón
(@AGarzon) bastante crítico con la AVT me hizo reflexionar sobre la importancia
que van cogiendo las redes sociales en la política y lo poco conscientes que
son de ello muchos de sus actores.
El cabeza de lista indiscutible en este negocio de hacer política desde un smartphone Miguel Ángel Revilla (@RevillaMiguelA); tiene el don de escoger
bien los temas sobre los que opina aunque sea víctima, en ocasiones, de un
populismo algo excesivo. Tras él, encontramos a Toni Cantó (@ToniCanto1), que cada vez patina menos pero cuando lo hace la lía parda.
Otras figuras en este ruedo son el citado Garzón y su compañero de formación Gaspar Llamazares (@GLlamazares). La
izquierda se caracteriza en redes sociales por ser más incisiva, pero utiliza
con mayor ligereza la herramienta del veto (bloqueo) a quienes no piensan como
ellos.
Los partidos mayoritarios y sus líderes tienen sus cuentas
oficiales gestionadas de modo impersonal
por profesionales del community
management, lo que las hace mucho menos interesantes.
La virtud de este canal de comunicación está en esta mayor
proximidad entre nuestros representantes
y los ciudadanos. La otra cara de la moneda es que todos ellos son víctimas de
sus propias manifestaciones, hechas en el pasado pero no olvidadas por sus
lectores.
Como ejemplo muy reciente tenemos a Garzón pidiendo una estricta presunción de inocencia para los
detenidos por su relación con el aparato
carcelario de ETA, horas después de hacerse eco de una foto de la infanta Cristina entre rejas,
manifestando cuanto le gusta la imagen. Solamente es un ejemplo de los muchos
que podemos encontrar.
A todos les ocurre, a todos nos ocurre. Pero justo es, desde
mi punto de vista, exigir a nuestros muy bien pagados representantes un plus de seriedad y coherencia a la hora
de opinar.
No debemos olvidar que las redes sociales, principalmente
Twitter, por ser la que más directamente conecta a sus usuarios, son territorio comanche, expuestas a la
acción de la mala educación, la falta de respeto… lo que convierte la discusión
supuestamente sana en un vertedero virtual.
Vertedero gobernado por nadie, donde cada uno arrima el ascua a su sardina sin importar el precio que haya que pagar. Será porque como en tantas otras cosas, de una forma o de otra, lo pagamos todos.