lunes, 17 de febrero de 2014

Sonrisas y lágrimas + IVA

Foto: Paula Alonso Fdez.

Nunca había estado antes en un musical. Y reconozco que tenía ganas.

A priori uno ve, desde esa posición ignorante, un espectáculo caro, casi elitista si me apuras. 60 euros (sin descuentos) por tres horas de función.

Pero a la salida la cosa cambia, en realidad nada más empezar la cosa ya cambia. Influenciado, tal vez, por mi condicion de novel en el tema la valoración no puede ser mejor. Pude ver un espectáculo ágil, ejecutado a la perfección, rico en vestuario, decorados... Un espectáculo que según su propia descripción mueve más de 100 personas, 32 cantantes sobre el escenario, 10 músicos bajo él...

No es barato si tengo en cuenta el precio; pero es regalado si valoro la calidad.

Un par de días después caigo en la cuenta de que este tipo de arte, de cultura, está sujeto a los mismos tipos impositivos de IVA que el cine, por ejemplo.

Ese cine que nos cuesta mucho menos y aún así dejamos de lado. Ese cine que baja sus precios para llenar las salas un día o dos por semana, mientras musicales llenan teatros una función tras otra como ocurrió con éste en Oviedo, con precios entre 42 y 60 euros.

Se me ocurren muchas razones que explican este fenómeno. La más obvia es la calidad, claro. Ambos espectáculos están grabados con el 21% de IVA, lo que viene a ser unos 1'60€ en una entrada de cine y otros 12€ en el caso del musical.

Cuando se reclama un IVA reducido para la cultura hemos de ser conscientes de que no todo cuanto hay en ese cesto es digno de tal favor. Mientras una compañía de 100 personas llena teatros a 60€ por barba otros negociantes del celuloide se las ven y se las desean, mendigando subvenciones, para vender un producto generalmente mediocre; pagan poco y mal al 90% de la industria "auxiliar" del cine para poder pagar millonadas al otro 10%.

Y la flauta no suena si no te llaman Torrente.

Menos monsergas y cojamos el toro por los cuernos. Cultura sin IVA, pero cultura de verdad.

viernes, 10 de enero de 2014

Política y redes sociales



El reciente alboroto generado por un tuit de Alberto Garzón (@AGarzon) bastante crítico con la AVT me hizo reflexionar sobre la importancia que van cogiendo las redes sociales en la política y lo poco conscientes que son de ello muchos de sus actores.


El cabeza de lista indiscutible en este negocio de hacer política desde un smartphone Miguel Ángel Revilla (@RevillaMiguelA); tiene el don de escoger bien los temas sobre los que opina aunque sea víctima, en ocasiones, de un populismo algo excesivo. Tras él, encontramos a Toni Cantó (@ToniCanto1), que cada vez patina menos pero cuando lo hace la lía parda.


Otras figuras en este ruedo son el citado Garzón y su compañero de formación Gaspar Llamazares (@GLlamazares). La izquierda se caracteriza en redes sociales por ser más incisiva, pero utiliza con mayor ligereza la herramienta del veto (bloqueo) a quienes no piensan como ellos.


Los partidos mayoritarios y sus líderes tienen sus cuentas oficiales  gestionadas de modo impersonal por profesionales del community management, lo que las hace mucho menos interesantes.


La virtud de este canal de comunicación está en esta mayor proximidad entre nuestros representantes y los ciudadanos. La otra cara de la moneda es que todos ellos son víctimas de sus propias manifestaciones, hechas en el pasado pero no olvidadas por sus lectores.


Como ejemplo muy reciente tenemos a Garzón pidiendo una estricta presunción de inocencia para los detenidos por su relación con el aparato carcelario de ETA, horas después de hacerse eco de una foto de la infanta Cristina entre rejas, manifestando cuanto le gusta la imagen. Solamente es un ejemplo de los muchos que podemos encontrar.


A todos les ocurre, a todos nos ocurre. Pero justo es, desde mi punto de vista, exigir a nuestros muy bien pagados representantes un plus de seriedad y coherencia a la hora de opinar.


No debemos olvidar que las redes sociales, principalmente Twitter, por ser la que más directamente conecta a sus usuarios, son territorio comanche, expuestas a la acción de la mala educación, la falta de respeto… lo que convierte la discusión supuestamente sana en un vertedero virtual.

Vertedero gobernado por nadie, donde cada uno arrima el ascua a su sardina sin importar el precio que haya que pagar. Será porque como en tantas otras cosas, de una forma o de otra, lo pagamos todos.